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A PROPÓSITO DE WILLIAM KENTRIDGE

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Tiendo a lamentarme y preocuparme por todo lo que no sé y no conozco. No obstante, el desconocimiento también tiene sus ventajas: los descubrimientos y revelaciones.







Como ver por primera vez (el final de) El planeta de los simios...
... o abrir este libro.

Pero no hace falta que se trate de una experiencia infantil, con todo lo que conlleva. Un ejemplo típico de mi ruta inversa hacia el arte contemporáneo (de la Comunicación Audiovisual al Arte Contemporáneo) es el de William Kentridge.

No sé qué relación establece el típico estudiante de Bellas Artes con el videoarte, pero en el caso de Comunicación, es escasa y tangencial a no ser que (como ocurre con quienes se han acabado dedicando al diseño gráfico, web, o la animación), tú te sumerjas personalmente en el tema.

No me refiero a que un estudiante o licenciado (graduado) en Comunicación ponga ojos desorbitados o pestañee siquiera ante una instalacion multipantalla, pero es más probable que, a partir de estudiar historia del cine, tenga más posibilidades de colaborar en una instalación del Sónar sin conocer primero el legado de Kentridge.

¿Por qué establezco una diferencia?

Las obras de Kentridge no son interactivas.

¿No habíamos dejado atrás este tema de la interactividad? ¿De verdad hace falta hablar de ello?

Pero la palabra interactividad sigue apareciendo como sinónimo de contemporaneidad, en la academia al menos (lecturas de tesis, nombres de asignaturas, proyectos). ¿O es que la academia se está asentando ahora donde otros despegaron?

¿Por qué insistes en ejemplificarlo con Kentridge?

Me encantan la abstracción digital, el formalismo de origen vanguardista, el diseño sonoro con el parece que te vayan a reventar los oídos. Me encanta esta instalación, y esta.

Pero Kentridge también me ha seducido.

Quizás porque la televisión pública del lugar donde me crié mostraba animaciones basadas en carboncillo (imposible recordar de quién).

Quizás porque la multipantalla, interactiva o no, me sigue resultando un reflejo estupendo de nuestros cerebros.

Quizás porque después de adentrarme en la antigua estación de tren de Kassel, llegué a una vía en desuso donde se ocultaba una sala enorme con ¿ocho? pantallas donde Kentridge mostraba esto:




Y además,  muy astutamente, la Documenta 13 vendía esto:


 

Que el MACBA esté proyectando estos días la exploración que Kentridge realizó hace quince años de la cicatriz de Ulises (sí, del Ulises de toda la vida, del errante y del que añoraba el tálamo nupcial, del que se agarraba a las patas a los ovejas y del que lloraba cuando su perro lo reconocía) solo se suma a mi entusiasmo. 

Caeré en el topicazo si comento que la mezcla de universalidad (Odisea) y particularidad (Sudáfrica) parece ser una clave para  la atracción por Kentridge, pero la superposición de animaciones y registro videográfico y los esfuerzos del espectador por seguir hilos narrativos que tienden una y otra vez a devenir flujos de conciencia revelan que hay muchísima otra tela que cortar.

¿Cómo enseñarías el arte audiovisual de Kentridge a un estudiante de Audiovisuales?

Kentridge es un artista consagrado y yo una persona a la que queda mucho por averiguar. Pero si este ejemplo se aproxima lo más mínimo a lo que debía de sentir alguien de mi edad en los ochenta al ir viendo las películas de Peter Greenaway, me doy por satisfecha.




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