El domingo 27 de marzo de 2016 llegué a tener 1.000 amigos en Facebook. Mil amigos que no me había propuesto tener en ningún momento, que no pensé que tendría cuando me di de alta en esta red social allá por el 2008, y que desde luego nunca pensé que tendría cuando escribí entradas como CULTURA DIGITAL: ACTUALIZACIONES DE ESTADO.
¿Qué ha ocurrido? Al principio ocurrió lo que pasaba siempre en estos casos:
"Esto no sirve para nada".
"Es una grandísima pérdida de tiempo".
"Lo único que quieren es robarme los datos para venderme productos que no necesito".
Pero cada vez más gente hablaba de ello, y te agregabas a tus amigos y conocidos más cercanos. Los buscabas o te buscaban para "estar allí".
Como tenía casi treinta años cuando me di de alta en Facebook, no tenía una preocupación excesiva por huir de mis padres o abuela en un espacio de comunicación en línea, y por ende no puedo compararme y especular sobre cuántos chavales jovencitos (el público que más codician los publicistas) se dieron de alta en masa en aquella época. Sí tengo presente que poco tiempo después nacería Instagram y los chavales más modernos serían los primeros en apuntarse a una red de fotografía que ahora afirma atesorar 400 usuarios, por lo que básicamente es para todo el mundo.
En definitiva, Facebook empezó, como otras tantas cosas, como una página en la que a solo a veces entrabas para perder el tiempo, sin saber muy bien qué hacer salvo compartir aburridos estados de ánimo. Algo parecido ocurría con Twitter, que aún me parecía más inútil por tener que restringir mi verborragia a 140 caracteres.
Pero cuanta más gente se abría un perfil en Facebook, más tiempo empezabas a pasar dentro del dichoso espacio azul. No creo que transcurriera más de un año cuando "amigos y conocidos más cercanos" dejó de ser la mayoría de usuarios de mi red de contactos.
Actualmente, diría que podría dividirlos de la siguiente manera:
Personas cuyos proyectos me interesan especialmente (conocidos o no) 30%
Conocidos (de la vida o de algún trabajo) 25%
Amigos (es decir, personas a las que conoces presencialmente, personas con las que tienes cierta o mucha confianza y complicidad, y con las que consideras que tienes una relación más o menos estrecha) 15 %
Personas con las que he trabajado, trabajo o me gustaría trabajar (que también podrían, claro, ser "personas cuyos proyectos me interesan") 15%
Instituciones u organizaciones no tan grandes como para abrirse una página propia a la que dar "me gusta" 10%
Más que amigos en algún momento de mi vida 3%
Familia 2%
Estas cifras calculadas a ojo implican que en parte comparto el comportamiento en Facebook que afirman tener mis alumnos más jóvenes: si bien sigo utilizando el chat para comunicarme con las personas con las que más confianza tengo o para compartir conversaciones que consideramos han de ser privadas, hace ya varios años que siento Facebook como un espacio de comunicación pública y para compartir y consultar información de todo tipo, más que para mantenerme en contacto con mi círculo más próximo.
Aunque por una parte me atrevería a afirmar que todos mis amigos están en Facebook, Facebook no debe de saber (aunque Google sí, claro), que con algunas personas nunca utilizo Facebook para comunicarnos y para vernos. De hecho, me da completamente igual el canal de comunicación que utilice para comunicarme con fulanito o zutanita siempre y cuando logremos nuestros objetivos (saber el uno del otro, reunirnos, etc.).
Por lo tanto, ahora no solo tengo la pestaña de Facebook siempre abierta y la aplicación instalada en el móvil, sino que probablemente sea la primera página que consulto por la mañana para ver qué le ha pasado esas 1.000 personas, o, mejor dicho, para ver qué cuentan que ha pasado esas 1.000 personas sobre el mundo y sobre ellos mismos (en este orden, y no al revés).
Es decir, que Facebook no es solamente el espacio en el que saber sobre las vidas de las otros (vidas que, por otra parte, me interesan especialmente no solo en relación a quienes más conozco y aprecio, sino porque me encanta escribir y para hacerlo me baso en las vidas de los otros tanto o más que en la mía propia), sino que sobre todo es el espacio donde leo noticias de toda clase.
En este último sentido, debo aclarar que hay dos velocidades: la inmediatez de las noticias comentadas por alguna o varias de estas 1.000 personas, y la consulta puntual de listas temáticas que he ido creando sobre páginas que me interesan. He intentado sin éxito convencer a mis estudiantes de que hicieran esto último, pues estas listas me solucionan muchísimo la faena de tener que entrar en gran cantidad de fuentes de información al empezar el día.
De hecho, en lo que a redes sociales y docencia respecta, lo que me resulta más útil para preparar una clase basada en la actualidad (es decir, la mayoría de mis clases) es seguir las actualizaciones de Facebook por un lado, con las últimas noticias que comparten los demás y las que aparecen en los perfiles guardados en mis listas temáticas, y utilizar Pinterest como marcador social de contenidos interesantes, tanto si los encuentro navegando como si provienen de las múltiples listas de correo a las que (sí, todavía) continúo suscrita.
Así que, resumiendo lo planteado, el noble cultivo de la amistad no sería lo que define mi relación principal con Facebook en el presente, sino que es la posibilidad de acceder a los intereses de esas 1.000 personas (o al porcentaje al que me dé acceso su a veces "caprichoso" algoritmo) lo que más me motiva para seguir enganchada a la plataforma de Mark Zuckerberg*.
Es perfectamente legítimo seguir pensando que Facebook "no sirve para nada", que "es una grandísima pérdida de tiempo", y probablemente más que cierto que "lo único que quieren es robarme los datos para venderme productos que no necesito", pero me apetecía comentar cómo, a través de 1.000 contactos, puedo atisbar vidas ajenas y sus visiones del mundo, tanto si esto se produce en el primerísimo primer plano de alguien cuya piel conoces, o en la distancia del perfecto desconocido con quien, no obstante, podrías tener alguna infinidad.
* Mientras, lo sé perfectamente, millones de millennials desdeñan totalmente Facebook y desgastan los pulgares con Snapchat o cualquier otra aplicación financiada con capital de riesgo. Pero de esto ya hablaré otro día y en otra situación en la que no me centre en la red social que utilizo como canal de información principal.
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